1-3. En memoria de Tolo Calafat y Miquel Dalmau

Con la cabeza baja y los ojos cerrados, unidos en un abrazo infinito, los jugadores del Mallorca formaron junto a su banquillo un círculo perfecto y pronunciaron un juramento. Casi ninguno de ellos conocía a Miquel Dalmau y a Tolo Calafat, pero en algún lugar desconocido el espíritu del mallorquinismo escuchó su plegaria y les embebió de la fuerza necesaria para otorgarles el homenaje que merecían los dos. Por eso cuando se rompió el círculo la magia permaneció aferrada al equipo, y ya no le abandonó hasta el final.
En el nombre de Miquel Dalmau y de Tolo Calafat, en el nombre de los 500 mallorquines que viajaron a Bilbao y de los millares que siguieron el partido a través de la televisión, el Mallorca culminó su obra y despejó todas las dudas. Ahora sólo las intrigas cortesanas de Villar pueden apartarle de Europa, porque sobre el terreno de juego se ha encargado de sellar su visado, y lo ha hecho pulverizando a su enemigo en el palatino, este Athletic que ha demostrado que sólo puede pretender competir en los despachos, porque sobre el césped no tiene nada que hacer.
Fue el partido más completo de la temporada, una exhibición de raza y de calidad que comenzó desde la pizarra de Manzano, estratega excepcional, y acabó en los golazos de Castro, Nunes y Aduriz. Todo un manifiesto de superioridad al que no se le puede poner ni un solo pero. El Mallorca dejó atrás sus malas tardes forasteras y se marcó una exhibición en el último de los estadios románticos de la Liga española. Y San Mamés, fiel a su estilo, acabó admirando al rival y comprendiendo que su equipo había sido inferior.
Y eso que la noche comenzó picada y lluviosa, pronosticando un partido de los que sólo se juegan en el Norte, con balones profundos y fútbol sin cortapisas. Así lo entendió el Athletic, que arrancó con fuerza y rabia y forzó varias ocasiones que le exigieron a Aouate lo mejor de sí mismo. En la primera media hora, martilleando una y otra vez la banda de Ayoze, Toquero penetró como un puñal en la defensa mallorquina, pero por suerte su equipo careció de la efectividad necesaria para traducir en goles su dominio.
El Mallorca, en cambio, no necesitó tanto para cobrar ventaja. En realidad, durante toda la temporada ha sido así. Este es un equipo que no tiene demasiada pólvora, pero que la administra como nadie. Es el que mejor arma el gatillo. Su puntería es casi perfecta. A los 43 minutos, cuando el partido caminaba hacia el descanso, botó un córner desde la derecha, Rubén tocó hacia atrás y en el segundo palo, sin que nadie reparara en él, apareció el uruguayo Castro para cabecear a la red. El 0-1.
Pero era demasiado fácil, y en una noche tan especial como la de hoy también debía haber un momento reservado para la épica. Recién rehecho del gol, el Athletic tiró de coraje y se fue arriba en busca de un golpe de fortuna. En el descuento el joven Iturraspe metió un balón desde la derecha y por primera y única vez en el partido surgió el internacional Llorente para adelantarse a Nunes y cabecear a la red de Aouate, que llegó tarde al remate abajo del delantero navarro. Un gol de los que hacen daño, pero daño de verdad.
San Mamés se frotó las manos pensando que le esperaba una segunda parte triunfal, pero estaba muy lejos de imaginarse que lo único que vería sería un paseo militar de un adversario infinitamente superior. El Mallorca regresó de los vestuarios dispuesto a imponer su ley, sin plantearse ni siquiera especular con un resultado que ya le iba bien, y el resultado fueron los mejores 45 minutos de toda la temporada. Un recital.
A los cuatro minutos de la reanudación, en otro saque de esquina, otra vez desde la derecha, Nunes se adelantó a la defensa en el punto de penalty para rematar con el mejor estilo de Ibrahimovic a la red y marcar un auténtico golazo, y sólo dos más tarde, en la ejecución del contragolpe perfecto, Aduriz la clavö en la escuadra desde el costado derecho del área. Un trabajo completo en un tiempo récord. Digno de un futuro aspirante a disputar la Liga de Campeones.
El Athletic recibió los goles como una losa y nunca pudo levantarla. El Mallorca, en cambio, volaba cada vez que robaba el balón en medio campo. Aduriz tuvo el cuarto, y Castro sacó astillas del poste en un chutazo tremendo. San Mamés pronto comprendió que no habría cambio de rumbo, y empezó a asumir el resultado mientras en uno de los fondos medio millar de mallorquinistas saboreaban cada minuto de una de las mejores noches de sus vidas.
Y mientras, arriba, pero muy arriba, dos mallorquinistas llamados Tolo y Miquel presumían ante sus nuevos compañeros del equipo que habían dejado ahí abajo. Claro que en esas alturas el rojo no es un color que esté demasiado bien visto, pero ya se encargarán ellos de cambiar la tendencia. Va por los dos.